La vida no es lo que nos va a quedar cuando acabe la pandemia. La vida es esto que está sucediendo, y nuestra forma de afrontarlo es lo que va creando lo que vendrá detrás. Estamos gestando nuestro futuro individual y nuestra aportación personal al futuro colectivo. Si fuéramos conscientes del alcance de nuestro poder creativo pondríamos toda nuestra voluntad en dejar de malgastarlo.
Lo que somos capaces de concebir es lo que determina lo que la vida nos expresa, y tenemos muchas opciones. Más de las que pensamos. La vida es muy ancha, y nosotros somos a menudo muy estrechos. Creemos estar atrapados por los acontecimientos externos, y nos cuesta mucho asumir la responsabilidad de lo que nos está sucediendo, aunque la vida nos esté hablando de frente y con absoluta contundencia.
La vida y yo somos lo mismo. Puedo lamentarme por lo que me está ocurriendo y sentirme una víctima del mundo. Puedo pasar el día leyendo mensajes rara vez inspiradores con advertencias apocalípticas y explicaciones múltiples de la realidad. Tal vez algunas de esas hipótesis sean ciertas; quizás todas ellas tengan un grano de verdad; pero también es probable que haya mucha distorsión en todas ellas. Desde donde observo las cosas, mi preferencia es respetar el misterio. ¿De verdad quiero malgastar en elucubraciones la maravillosa energía que se me ha entregado para crear algo nuevo y distinto? Todos tenemos nuestro lugar en la malla social y un margen de maniobra distinto, cada uno de nosotros tiene potencial para causar un impacto en su entorno y, claro, desde ahí hasta el infinito y más allá.
Lo mío es dedicarme a lo que sí puedo cambiar: mi emocionalidad, mi mundo interno, los temores que me dirigen hacia un lugar al que no quiero ir, las falsas creencias que me convierten en una víctima de los demás (la familia, los vecinos, las políticas gubernamentales, el sistema médico o un caballo de Troya disfrazado de pangolín). La vida me está regalando una crisis, y una crisis es una oportunidad para crecer y crear; profundizar en lo que he estado creando hasta ahora; entender cómo y por qué lo he estado haciendo; aclarar cuáles son mis motivaciones verdaderas, mis anhelos más profundos; encontrar los obstáculos para la realización de esos deseos; y atreverme a gestarlos mejor y más grande. No podemos hacer realidad nada que no seamos antes capaces de concebir. Y estos tiempos son un gran reto, porque hay una diversidad de corrientes sociales, y algunas de ellas nos proponen estar en el miedo y el drama. Esta experiencia colectiva nos está proporcionando una poderosa experiencia individual, que es muy diferente para cada uno de nosotros. Muchas personas están viviendo tiempos de dolor e intenso duelo. Otras están experimentando momentos difíciles y apabullantes retos económicos. Algunos se están entregando a los demás, intentando apoyar a los que más lo necesitan. Otros se están ahogando en la preocupación y el miedo aunque su experiencia objetiva sea, en realidad, bastante benigna. Algunos están utilizando el tiempo de aislamiento de formas prácticas y productivas. Otros están disfrutando genuinamente de la experiencia. Para algunos la vida no ha cambiado tanto a pesar de todo. Otros están aprovechando la oportunidad para su aprendizaje y se están permitiendo realizar cambios que tendrán un efecto duradero en sus vidas.
Es necesaria mucha compasión y respeto por el dolor y el sufrimiento que están teniendo lugar en todos los rincones del mundo. Es posible sanar el duelo, y esto exige amor, paciencia y tiempo. Este tema merece ser tratado con más profundidad, y tendrá el espacio que merece.
Sin embargo, sea cual sea nuestra situación individual, la experiencia cambiará drásticamente si la tomamos tal y como es. Suena sencillo, pero casi nunca honramos esta práctica. Tenemos una tendencia emocional, a menudo inconsciente, a hacer las cosas más grandes o más pequeñas de lo que son. Es buena idea enfrentar la realidad, sentir el dolor y el miedo, honrarlos, darle su lugar y un espacio seguro y amoroso para iniciar su sanación. Si reunimos toda nuestra madurez, tenemos la posibilidad de bajarnos del drama sin quitarle importancia a lo que sentimos ante esta realidad, aceptar la situación colectiva y personal tal y como es, y hacernos dueños de ella. Pensamientos como “el mundo ya no va a ser nunca lo que era” desde la pérdida y la sensación de catástrofe nos desmoronan emocionalmente, lastiman nuestro impulso vital y sabotean nuestra inmensa capacidad de desarrollo. Nuestros esfuerzos para analizar cosas que no podemos cambiar son energía derrochada. Es como si tuviéramos en nuestras manos la varita de Harry Potter, y la estuviéramos usando para contribuir a crear un planeta sin ilusiones o para ponerle orejas de burro a todos los demás. Aprendamos a usar nuestro poder para hacernos responsables y libres a fin de transformar, desde lo más profundo, nuestra realidad. Claro que es posible. Los verdaderos deseos tienen un propósito y, parafraseando al experto en sueños Jeremy Taylor, no están ahí para decirnos: “ñañaña, tienes este sueño y no es posible hacerlo realidad”. Muy al contrario: un anhelo legítimo es, por sí mismo, un impulso para realizarlo, y un indicativo de su potencialidad para hacerlo.
Los seres humanos somos muy interesantes, y tenemos muchas peculiaridades que aún no comprendemos bien. Si tenemos miedo de algo dirigimos inconscientemente toda nuestra energía hacia eso que tememos. Al mismo tiempo, ignorar nuestros temores o intentar evadirlos es como poner arena sobre una mina terrestre: se ve muy bonito desde fuera, pero no hemos desactivado el explosivo y además ahora no lo vemos, con lo que hemos aumentado su peligrosidad y por tanto su poder. Por ello, es importante sentir el miedo, darle su lugar, reconocerlo y hacernos conscientes de él. Cuanto más profundamente seamos capaces de sentirlo, sin juzgarlo ni alimentarlo con palabras ni pensamientos, más se irá reduciendo el poder que tenía sobre nosotros; lo iremos conociendo, y sanando, hasta conseguir transformarlo. Cuando no somos conscientes de él, es el miedo el que nos controla, domina y paraliza, empujándonos precisamente hacia donde no queríamos ir. He encontrado, tanto en mi vida como en mi trabajo, que no hay práctica tan liberadora, útil y poderosa como aprender a dominar los temores e independizarnos así de su dominio.
¿Imaginan qué ocurriría si pudiéramos eliminar el miedo de cualquier experiencia vital? Desde el parto hasta la muerte, transformaríamos profundamente nuestras vivencias en algo totalmente asumible y maduramente afrontable. Estamos en un momento evolutivo en el que aún nos corresponde asumir dolor, pérdida, desilusión, separación, confusión, enfermedad, conflicto, crisis. Podemos hacer cuanto esté en nuestra mano por evitarlo pero, cuando es inevitable, podemos aprender a transformar el miedo y asumir con madurez la situación como una experiencia que la vida está poniendo delante de nosotros y que, por consiguiente, nos corresponde, pertenece a nuestro camino. Todo conflicto vital tiene un hermoso regalo detrás. Detrás del temor; de nuestra infantil obstinación en que las cosas sean como creemos que deberían ser; detrás de la pérdida, las falsas creencias y las ideas equivocadas, hay un tesoro sagrado de plenitud, confianza y libertad. El camino exige compromiso y valentía. No parece la ruta más cómoda, pero está llena de magia para los que deciden emprenderla.
Amanda García
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